(Traductor: Lluïsa Garriga.)
1. REPLANTEARSE EL HECHO DE SER PADRES
Introducción
Un bebé está tumbado de espaldas, mirando hacia arriba. No tiene ni un mes. A lo largo de la semana anterior, leves atisbos de sonrisa ya han aparecido, juguetones, en su carita rellenita, siempre alerta, especialmente cuando observa los dibujos de animales que hay en las paredes de su habitación.
Ahora, en esta mañana de principios de verano, el bebé mira a los ojos de su padre, que le ha estado observando en silencio. Finalmente, por primera vez, el bebé sonríe abiertamente, coincidiendo como un espejo con la cara que le mira desde arriba – una cara que lleva semanas sonriendo cautivada y esperanzada con él. Lágrimas de la más pura alegría afloran a los ojos del padre, que abraza a su pequeño, y en este intercambio, sencillo pero conmovedor, se produce un momento único en su vida común.
El bebé y el padre de los párrafos anteriores somos, por supuesto, mi hijo y yo, pero podrían ser cualquier padre o madre y cualquier hijo. Pasado el miedo y el alivio de su nacimiento, esta fue la primera vez que me sonrió, y fue, quizá todavía sea, el día más feliz de mi vida. El resto del día fui como un alma extasiada: no había nada que pudiera sacarme de mi estado de felicidad absoluta. Aquel día pensé que ser padre era lo mejor que le podía pasar a cualquier persona y me entristecí por todos aquellos que nunca han podido sentir (o nunca podrán) ese júbilo tan especial que sólo los padres pueden comprender.
Tres años más tarde, la madre de mi hijo y yo empezamos a llevarlo a una guardería sólo unos días por semana. Entonces ya reparé en las madres que tenían que dejar allí sus bebés diminutos, entregándolos a los brazos de las cuidadoras, y marcharse. Esta imagen grabada en mi memoria volvía a mí de manera recurrente y me preguntaba por qué me preocupaba tanto.
No tardé en darme cuenta de que esa escena que veía repetirse cada vez que iba a la guardería me apenaba profundamente. Me alarmaba porque me sentía molesto al pensar en la posibilidad de que la primera vez que estos bebés le sonrieran a otro ser humano, quizá éste no fuera su madre o su padre.
Un año más tarde, esa imagen de un bebé y su madre separándose (muy probablemente por elección suya) para mí había pasado a simbolizar algo de nuestra sociedad que, sencillamente, está mal. Es un indicador claro de por qué nos tenemos que replantear el hecho de ser padres ya que para mí esta escena –una cuyas réplicas se observan por todo el mundo “desarrollado”- es todo lo contario a la paternidad.
Para mí, la ausencia es el principio del fin de ser padre. Cuando yo trabajaba (como profesor en un instituto de secundaria) durante los primeros años de vida de mi hijo me lamentaba amargamente de tener que estar allí. Por supuesto, era consciente de que ganar dinero era necesario y sabía que él estaba con su madre todo el día, recibiendo amor y atenciones, pero yo ansiaba deseperadamente poder estar con ellos dos tanto como me fuera posible. Principalmente, trabajé a media jornada, en algunas ocasiones a jornada completa y también durante algunas épocas breves tuve trabajos no remunerados. Cuando no trabajaba cinco días a la semana, teníamos menos recursos pero yo estaba encantado de pasar tantas horas al día con mi hijo y mi compañera. Yo deseaba ser una parte implicada en ayudarles a los dos en esos primeros cuatro años antes de que él empezara el colegio y muy pronto empecé a opinar que éticamente estaba mal no hacer el máximo posible, tanto en esa época de su infancia como después guiarle hacia la vida adulta. Este libro es el resultado de esa única idea.
Naturalmente, también me he inspirado en la manera en que me educaron mi madre y mi padre, que fueron enormemente importantes en mi desarrollo, y en las direcciones que iba a tener que adoptar en el futuro. Pero, quizá aún más por eso, he escrito sobre los jóvenes y los que tienen que cuidarles, ya que mi experiencia como padre era, y todavía es, el eje central y más extraordinario sobre el que todo gira en mi vida.
Sin embargo, este libro hubiera podido ser muy diferente de cómo es. Mientras escribía algunas de sus últimas partes un (famoso) agente literario de Londres me sugirió que tenía que darle un nuevo enfoque para “dominar la tendencia a la nostalgia tan bien ejemplificada en el (gran éxito de ventas) Libro peligroso para niños”. No he seguido su consejo porque realmente no creo que el hecho de tener que criar a los hijos (especialmente por parte de muchos padres) fuera mucho mejor en los “buenos viejos tiempos”.
Sin lugar a dudas, algunos de los cambios en la manera que tienen los padres modernos de educar a sus hijos han sido para mejorar. La importancia que se le da al amor contrasta enormemente con, por ejemplo, la era Victoriana en el reino Unido, donde hace un siglo y medio los niños a menudo eran sólo una obligación, considerados simplemente como el resultado inevitable del acto sexual. El uso generalizado de los anticonceptivos en el mundo desarrollado y la opción del aborto han conllevado que los bebés hoy en día sean en muchas más ocasiones una elección que un accidente de fertilización. Este mero hecho ya ha llevado a los padres a mejorar en gran medida el modo de tratar a sus hijos, de la misma manera que tenemos una visión más amplia y comprensiva sobre el nacimiento o la adopción de una niña.
El mayor problema para las madres y padres de ahora es que hay innumerables fuerzas en el mundo moderno que van en contra de una buena crianza.
LA ERA DE DESPUÉS DE LA CRISIS ECONÓMICA: EL MOMENTO PERFECTO PARA REPLANTEARSE CÓMO SER PADRES
¿Ha habido algún momento mejor que el actual para replantearse cómo ser padres?
La reciente recesión mundial ha generado un estrés y unas dificultades inconmensurables a millones de personas, pero también nos ha brindado la ocasión perfecta para re-evaluar cómo vivimos nuestras vidas y cómo educamos a los niños. Para aquellos de nosotros que tenemos todavía la suerte de tener un trabajo pagado hay demandas nuevas y urgentes, como la presión de trabajar más duramente y durante más tiempo o tener que hacer “sacrificios” respecto al salario o a las condiciones laborales. Muchos han tenido que soportar una reducción en sus sueldos o han perdido el trabajo y esto les ha llevado a unas preocupaciones mucho más candentes, por ejemplo, cómo reunir dinero suficiente para pagar las facturas.
Pero, a partir de esta crisis económica y de los efectos que todavía arrastra, deberíamos pararnos a considerar algo más que los problemas financieros que todos los padres tenemos. El capitalismo claramente nos ha fallado, pero nosotros no podemos fallarles a nuestros hijos. Y les estaremos fallando si nos rendimos al aceptar que son los padres los que, de alguna manera, deben “pagar las facturas” consecuencia de la avaricia y la mala previsión de los que toman las decisiones en los bancos, los mercados de dinero y las trastiendas políticas de todo el mundo desarrollado.
Si, como padres que trabajan a jornada completa, estamos de acuerdo en llevar la carga de los problemas económicos mundiales dejándonos manipular o forzar a estar más horas en el puesto de trabajo y, por tanto, reduciendo el tiempo, la energía y el interés que tenemos por nuestros hijos, son ellos los que sufrirán. Existe el peligro real de que, si cometemos este error, entonces los niños que decimos que son los “nuestros” serán, de hecho, poco más que las víctimas de una recesión global que ha sido causada por otros muchos, anónimos y sin rostro.
En lugar de dejarnos la piel colectiva en el puesto de trabajo, lo que tenemos que hacer es usar la situación histórica en la que nos encontramos para plantearnos cambios radicales en nuestras vidas y volver centrar la atención en nuestros hogares. Que al menos uno de los dos progenitores pueda estar en casa para los hijos que aún no están en edad escolar y que pueda seguir estando ahí cuando los niños salen del colegio y vuelven a casa, ya siendo un poco mayores. Desde luego tenemos que aguantar la presión (o resistir la tentación) de permitir que estos papeles de vital importancia sean llevados a cabo, de manera sistemática, por personal “pagado”. Un padre sin empleo (o con un empleo insatisfactorio) es, entre otras cosas, un padre que automáticamente tiene más tiempo para sus hijos. He aprendido esto de los períodos en que yo mismo he estado sin un trabajo remunerado. Estar sin empleo o trabajar menos horas implica que se tendrá menos dinero, pero también implica que tendremos más oportunidades de involucrarnos en la vida de un hijo o hija, lo que se tendría que considerar más una bendición que una maldición. Tal como propongo en los siguientes capítulos de este libro, son los padres y las madres los que tendrían que ser las figuras predominantes en las vidas cotidianas de los niños.
¿ POR QUÉ ES NECESARIO HOY EN DÍA REPLANTEARSE EL HECHO DE SER PADRES?
La paternidad está empezando a desaparecer de muchas maneras sutiles. Aparte de la recesión mundial, hay otras numerosas fuerzas en el mundo moderno que están separando a padres, madres y otras instituciones de los niños. Algunas de estas instituciones están en un declive terminal – el poder del Estado, la fuerza de los sindicatos, así como el respeto incuestionable hacia los profesores, jueces, médicos o ancianos. Todas estas estructuras, que antes cohesionaban a la sociedad, ahora ya no tienen salvación posible – algunas de ellas incluso realmente se merecen desaparecer.
También se está debatiendo ampliamente si la “familia” se tendría que incluir en esta lista. De hecho, casi todos los jóvenes viven en una familia… del tipo que sea. Hay quien sostiene que la solución reside en la realización de clases obligatorias para ser padre o madre, o que las “Súpernannies” pueden arreglar todos los problemas del hogar. Otros pensadores más reaccionarios creen que la respuesta está en fomentar el matrimonio – lo que yo llamo una especie de “Matrimonio-Espejismo”. Nada de esto funcionará. La familia todavía existe, como idea y como estructura, pero no se puede afirmar con la misma seguridad que los niños de hoy estén gozando de unos padres como los de antes. ¿Qué ha cambiado?
Quizá uno de los aspectos más cruciales en cualquier discusión sobre la familia actual es que, para cuando llegan a los 18 años, uno de cada dos jóvenes habrá experimentado su crianza en una casa monoparental.[1] Este ha sido el caso durante al menos una década. De hecho, cifras recientes muestran que uno de cada cuatro niños dependientes vivían en familias monoparentales – un incremento sustancial desde el uno de cada catorce que se daba en 1972[2]. Hace treinta años, era muy raro ver padres o madres solos.
El siglo 21 es una época en la que se dice que los niños son de una prioridad absoluta, pero el ejercer de padres de los jóvenes tiene ahora muy poca importancia social. El estatus de padre/madre sorprendentemente está muy mal considerado en gran parte del mundo occidental, y la cantidad de horas que muchos padres pasan en sus puestos de trabajo implican que les quedará muy poco tiempo o energía para dedicarla a la exigente tarea de ejercer como padre. Simplemente, los niños están lejos de la influencia y cuidados de sus padres cuando aún son demasiado pequeños y durante unos períodos que son más largos que nunca –con demasiada frecuencia se dejan a toda prisa en guarderías para bebé o niños pequeños, centros de cuidado de día, escuelas o “clubs” extraescolares.
Del mismo modo, mientras que algunos padres o madres no ejercen lo suficiente como tales, otros lo hacen en exceso, usando a sus hijos como extensiones de sus porpios egos. Muchas madres y padres se esfuerzan en competir con sus hijos en ser los primeros y, más importante, consumidores casi constantes de productos, servicios, imágenes y mensajes que en poco o en nada contribuyen en fomentar su humanidad. Otros padres que pueden permitírselo (y algunos que no pueden también), ya por rutina prodigan a sus hijos gran cantidad de juguetes o les llevan de viaje a parques temáticos de todo el mundo. Con o sin culpa, muchos están intentando compensarles esa falta de tiempo o de interés con que les tratan. El ansia por hacer dinero o la obtención de propiedades y posesiones materiales están eclipsando la preocupación por las vidas cotidianas de nuestros hijos. Los niños, sencillamente, están perdiendo posiciones en el ranking.
Y, de hecho, los jóvenes mismos cada vez son más conscientes de los puntos flacos de sus mayores y, simplemente, no hacen caso de lo que les pidan sus padres o padrastros, porque se han dado cuenta de que en gran medida pueden hacer lo que les apetezca, sin temor a que tenga auténticas repercusiones serias. Algunos padres y madres intentan combatir con esto, pero otros ya ni siquiera se preocupan. Este libro es para los padres que sí quieren preocuparse.
DE TODAS MANERAS, ¿QUÉ ES UN PADRE/MADRE?
¿Cómo se nos ocurre ni siquiera pensar en decir lo que es un padre o una madre? Seguramente son mucho más que las personas que nos crearon, y si usted es padre o madre seguro que sabe que es algo más que un simple criador de niños. La paternidad y maternidad es, en realidad, mucho más pesada y comprometida. He escogido intencionadamente la palabra “comprometida” porque muchos años antes de convertirme yo mismo en padre, veía que ser padre o madre era el “trabajo” más importante del mundo. Es por eso que estuve en contra de ser padre hasta que pasé de los treinta. Creía que ser padre es un deber muy oneroso, pero por supuesto no comprendía hasta dónde llegaba este concepto en realidad hasta que ya llevaba unos meses como padre, y este concepto se ha ido afianzando diariamente en mí desde entonces.
Por supuesto, no podemos ni siquiera empezar a comprender lo que es la paternidad sin detenernos por un momento a pensar que un padre o madre es alguien que quiere a sus hijos. En este libro el tema del amor entre padres e hijos se trata en varios apartados, pero de momento voy a dar por sentado que la mayoría, si no son casi todos, los padres sienten su amor, único y personal, hacia sus vástagos.
Kayleigh, madre de cuatro hijos, expone su concepto de paternidad cuando dice:
“ Un padre o madre es aquel que puede amar al niño, protegerlo, inculcarle la diferencia entre lo que está bien y lo que está mal y enfrentarse a cualquier cosa que haga. No significa nada ser el padre o madre biológico del niño. Los padres son aquellos que los crían y les dan lo mejor de sí mismos”.
Otra madre, Carrie, lo ve del siguiente modo:
“Un padre o madre es alguien que tiene un hijo. Sin embargo, una mamá y un papá son algo muy distinto. Una mamá y un papá son las personas cuyo amor por su hijo está por encima de toda consideración. Pondrían a riesgo sus vidas para evitar que su hijo sufriera ningún daño. Son las personas que aman incondicionalmente, protegen, luchan y adoran a su hijo cada día.”
Aún así, para aproximarnos más a la idea más amplia y completa de lo que es un padre, tenemos que distinguir entre los dos sentidos de la palabra “padre”, tal como han hecho las dos madres que he citado más arriba. David Archard, en su libro “Niños: derechos en infancia” argumenta que hay una diferencia significativa entre lo que él llama paternidad “biológica”, en la que hay un nexo causal físico entre el progenitor y el vástago”[3], y la paternidad “moral”, lo que para él es “dar a un niño cuidados continuos, preocuparnos por él y darle afecto” con la intención de darle (a él o ella) la mejor crianza posible”.[4] Tal como destaca el profesor Archard, un “padre” se puede entender como uno o varios adultos que lo cuiden y la “paternidad moral” no se debería encontrar restringida a ninguna forma en concreto. Esto debería incluir a los padres naturales, adoptivos, padres-anfitriones o múltiples padres así como a cualquier institución residencial para niños.
Sin embargo, como él mismo reconoce, ser un “padre biológico” no asegura necesariamente que haya “paternidad moral”. Yo diría que un padre o madre con un vínculo genético y emocional tiene más probabilidad de criar a sus hijos propios con amor constante, atención directa y un mayor deseo innato de enseñarles a distinguir lo bueno de lo malo. También tengo que admitir que, tristemente, esto no siempre es verdad, como demuestran millones de excepciones, de las que podemos encontrar unas cuantas en el Capítulo 4. Una de las ideas principales que exploro en este libro es que el padre moral* cada vez es más difícil de encontrar: casi una especie en vías de extinción.
Así que, si aceptamos de buen grado que, cabalmente, un padre puede ser cualquier adulto que dé a un niño estos importantes amor constante, cuidado y afecto auténticos, la siguiente pregunta deberá ser: ¿quién es el más indicado para darlos? En el siguiente capítulo estudiaré por separado a hombres y mujeres – cómo hemos llegado a nuestros estados actuales como padres y madres y por qué tenemos que re-plantearnos la manera de ejercer como padres en el futuro inmediato.
* En este caso con moral quiero decir el sentido que le dio Archard a la palabra: de una manera ética más que religiosa.